martes, 9 de junio de 2015

Sobre la importancia de la cartografía.

      Hace algún tiempo llegó a mis manos un artículo, cuyo título me dio qué pensar: "Réquiem por los instrumentos no espaciales de segregación residencial". Sus autores son Carlos Garrocho y Juan Campos-Alanís, ambos geógrafos adscritos al Colegio Mexiquense.
      El trabajo se centra, entre otros, en el problema del "tablero de ajedrez". Este problema surge debido al hecho de que, al ser índices aespaciales, los indicadores de diferenciación residencial, como el Índice de Disimilaridad o el Índice de Segregación, no son capaces de diferenciar entre dos distribuciones espaciales totalmente distintas, para las cuales sus resultados podrían ser idénticos.
      Lo que los autores proponen es el abandono del empleo de los índices, y su sustitución por instrumentos que explícitamente tienen un componente espacial, concretamente los indicadores globales y locales de autocorrelación espacial. Precisamente dediqué una  entrada anterior a GEODA, un software que nos permite obtener sus resultados con enorme facilidad.
      Santiago Linares (2012) nos ofrece un  ejemplo de este problema: la figura 1 muestra la distribución espacial de dos grupos de población, uno mayoritario, con 27 integrantes, y otro minoritario, con 9, en dos ciudades diferentes, A y B. Como puede observarse, la distribución espacial del grupo minoritario es muy distinta en A con respecto a B, pero el Índice de Disimilaridad arroja exactamente el mismo resultado, 0,44.
      Una interpretación sin más de estos valores indicaría que en ambos casos los niveles de diferenciación residencial del grupo minoritario son los mismos en las dos ciudades, lo cual, estrictamente, es cierto. Sin embargo, la inspección de la cartografía nos muestra cómo, pese a ello, las distribuciones espaciales son muy diferentes: no sólo el grupo minoritario se distribuye por diferentes zonas de la ciudad, sino que, tal vez más importante, en la ciudad A el grupo está relativamente disperso, en la B está muy concentrado. Efectivamente, en este caso hay que tomar con precaución los valores del índice, puesto que, pese a ser idénticos, responden a realidades bastante diferentes.
 
     
Figura 1
 
Fte: Linares (2012).
      
      En este otro ejemplo, de elaboración propia, (figura 2) las distribuciones espaciales son especulares, el grupo minoritario se concentra en la en el caso de la izquierda (situación A) en el "norte", en la derecha (situación B) en el "sur"; también en este caso los valores del Índice de Disimilaridad serán idénticos.
 
 Figura 2.
 
       No obstante, en este segundo ejemplo se muestra con más claridad la importancia de aportar la cartografía, puesto que su uso permitiría una interpretación más ajustada de los valores de los índices. Supongamos que el grupo minoritario está compuesto por población de muy altos recursos, por lo que, presumiblemente, elegirá para vivir las mejores zonas de la ciudad, en lo ambiental por simplificar. Y supongamos que esas mejores zonas se localizan, al norte, en la ciudad A, y al sur, en la ciudad B.  El hecho de que el índice no pueda dar cuenta de esta localización especular del mismo grupo en dos espacios diferentes pierde importancia al comparar cartográficamente las distribuciones espaciales de las que surgen los valores.
       Podemos suponer también que lo representado en la figura 2  no son dos ciudades, sino dos grupos de población distintos localizados en áreas opuestas de un mismo entramado urbano: la porción norte  está compuesta por vivienda social, y ocupada por población de bajos recursos,  mientras que la sur lo está por viviendas de lujo, ocupada por población de muy altos recursos. Si los volúmenes de población son aproximadamente los mismos, los valores del índice también serán aproximadamente iguales, indicándonos que ambos grupos presentan niveles de diferenciación residencial similares. Es cierto, pero es imprescindible acudir a la cartografía para interpretar correctamente lo que el índice indica. 
      De ahí la importancia que creo que tiene el acompañar de cartografía los índices de diferenciación. Es importante conocer los niveles de diferenciación, especialmente si lo que buscamos es una comparación entre las distribuciones espaciales de varios grupos en un mismo espacio, o del mismo grupo en diferentes momentos. Pero también lo es conocer la distribución espacial a la que corresponden dichos valores, no sólo para saber exactamente dónde se localizan, sino también para relacionar la localización con las características de la trama urbana -siempre que la distribución no sea aleatoria-.
       Por tanto, y volviendo al principio, tal vez  el abandono de estos instrumentos sea una posición un tanto extrema; más bien pareciera que sería deseable acompañarlos de la cartografía de la distribución espacial a la que corresponden.
 
Para saber más:
 
Garrocho, Carlos, y Campos-Alanís, Juan (2013): "Réquiem por los indicadores no espaciales de segregación residencial". Papeles de Población, 77. pp.269-300.
 
Linares, Santiago (2012): "Dificultades metodológicas al medir la segregación: el problema del tablero de ajedrez y la unidad espacial modificable". Geografía y Sistemas de Información Geográfica (GESUIG-UNLU, Luján). Año 4, Nº 4. Sección II: 10-22. www.gesig-proeg.com.ar

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